El buen teatro
miércoles, 27 de junio de 2018
Islandia, de Luisa Cunillé
Mala no, malísima. Para qué voy a mentir... con esas 8 palabras, bastarían. Y no lo pensé yo, lo pensó todo el teatro. Una obra con ínfulas totalmente insatisfechas, con más flecos sin solventar que la chaqueta de un hippy y a la que le sobra, mínimo, una hora. Gracias a Dios por los ojitos movibles de los carteles, y por favor, no metan pins políticos en americanas verdes como quien no quiere la cosa. El buen teatro nunca los necesitó.
martes, 26 de junio de 2018
el tratamiento, de Pablo Remón
Esta vida es mucho sobre buscar la aprobacion de la figura paterna, la admiracion del grupo de pertenencia y, tambien, saldar deudas con quienes ya no están. Al protagonista/redactor de este tratamiento le marean los intermediarios del show business hasta el punto de erigirse en doctores Frankenstein de un producto que, como diría el ínclito Don Alfonso, ni su padre reconoció. Pero lo aceptó porque, al fin, en materia de recuerdos, no importa cómo (ni con qué) lleguemos, sino el poder preguntar al ausente que tenemos sentado al lado si está orgulloso del hijo que supo seguir adelante, del nieto a quien enseñó a leer o del hermano que tuvo que vivir por los dos.
L.
PS.- lo del guión llevado por el enano, glorioso
sabiduría popular (1)
Mucho de lo bueno en esta vida comienza con un “¿y si...?”; se decide con un “a tomar por culo”, y se zanja por un “que nos quiten lo bailao”
jueves, 14 de junio de 2018
La valentía, de Sanzol
No comprendemos a Sanzol.
Sanzol es un crisol de conocimientos que, debidamente agitados en esa cabeza que tiene, vomitan obras maestras. A la vez, es un creador cuyas vivencias y estados de ánimo utiliza magistralmente para crear, logrando pervivir en el tiempo sobreviviendo, con toda seguridad, a la parca última con la complicidad de ese Robin Goodfellow que tanto ama. Así,la pérdida de sus seres queridos, las crisis existenciales... hasta la necesidad de descansar mentalmente las plasma en obras que resultan joyas. Este último me parece que ha sido el caso con la Valentía.
Hay espectadores que pensaban que asistían al Sanzol de la Respiración, máxime dado el tema (los fantasmas de dos hermanas), y se encontraron con un académico enredo salido de las tripas de la editorial Bruguera más setentera posible. Me imagino a Sanzol, necesitado de descanso, volviendo a la casa de campo de su niñez -probablemente cerca de una carretera- y metiéndose en la misma cama de cuando era niño. Ahí, en la estantería trufada de pegatinas de Naranjito, Caribbean o Samantha Fox, la columna de Mortadelos Especiales, Olés, Sacarinos, TDT.... No me cuesta verlo zambulléndose en las historias de Ibañez, de Vazquez, Raf, Escobar... sobre todo, en Mortadelo y Filemon, Zipi y Zape, las hermanas Gilda y la mítica "fantasmas de alquiler", esa compañía que alquilaba fantasmas para dar sustos a inquilinos molestos, gamberros, vecinos ruidosos o plagas destructoras de cultivos.
Porque ahí está la valentía: las hermanas Gilda, peleándose y amándose a la vez; Mortadelo y Filemon (o tambien Pepe Gotera y Otilio), con las mismas ropas a lo Zipi y Zape, repitiendo chapuza tras chapuza; la rent-a-ghost Ltd. de Reg Parlett ... incluso el Mac Latha de Sir Tim O'Theo, todos respiran esa valentía de Sanzol que, a la sazón, es triple: la Valentía de esa solución definitiva silenciosamente pergeñada por la hermana; la del elenco de influencias de una niñez no del todo perdida y, en fin, la de un director que, como Alfredo Sanzol, se ve capaz de pergeñar tragedia y comedia.
Con el mismo éxito abrumador.
miércoles, 13 de junio de 2018
mind at ease
Take my hand,
lead me through all paths
deposit me in the shores of oblivion.
Let’s end the pain,
embrace absences,
just breath, flow, be:
a soft nothing and everything
with a wandering,
happily distracted,
-at last in peace-
mind.
sábado, 2 de junio de 2018
El Pericles de Shakespeare, por Declan Donnellan y Nick Ormerod
Si algo demuestra que Shakespeare era un solo hombre, y no un colectivo, son sus obras crepusculares, en especial Pericles y la Tempestad. Ambas hablan de la entropía del amor, de la necesidad de que los círculos se cierren y, a la par, de que ficcion y realidad son espejos enfrentados que se necesitan y, finalmente, funden.
Tal matiz es gloriosamente aprehendido por Donnellan y su eterna pareja profesional -y personal-, arrojando como resultado una obra cuya complejidad inicial e ínsita es superada recurriendo a las realidades (o ficciones) superpuestas. En este caso, el relato del principe de Tiro se combina con el de los ultimos días de un padre, alrededor de cuya cama de hospital se logra congregar su familia para un adios último. Esa sencilla cama se va convirtiendo, merced a la magia de Ormerod, en nave, tumba, divan de prostíbulo y muchos otros atrezzos imaginarios de la ficcion, en una representacion fluida, sobria y engranada donde se logra lo que pocos hubieran logrado: el disfrute de una de las obras mas complejas de Shakespeare y la transmision de su mensaje último.
Al final de la obra la magnífica pareja, brillante en la sencillez que solo se puede permitir la grandeza, me comentaba el privilegio de poder compartir su obra con el mundo, opinion que fue el unico fallo de una velada perfecta por emotiva.
El privilegio fue nuestro
viernes, 1 de junio de 2018
el Onis
https://vimeo.com/zurdezas/lentejastrailer?ref=em-v-share
Todo era más fácil en el Onis.
En ese bar que hacía esquina con Ruda y Toledo, todo era sencillo. Ismael cocinaba, Claudio llevaba las mesas y Tomas, Nicolas y Gregorio estaban tras la barra, 15 horas al día, de lunes a domingo -salvo miercoles, menudo descansazo-.
Allí servían los mejores picatostes de Madrid, la mejor oreja, los mejores bocatas de tortilla.... Allí, la caña de los domingos se acompañaba de su religiosa tapa de paella, y una misma lata de Coca Cola daba para tres (hasta cuatro, si eras amigo) cubatas. Allí compartían barra actores, jubilados, chamarileros del Rastro, jueces, hijos sexagenarios viviendo con madres pequeñas como pajaritos y gastadas como biblias de motel.... Allí estaba Madrid.
En el Onis compartían el As o el Marca los sueños intonsos de los recien jóvenes con los sueños rotos de los tempranamente viejos; se miraban a los ojos y se sonreían, unos por inocentes, otros por sabios. Por Navidades, junto con la cuenta te deslizaban en el platillo el mechero con la publi, el calendario con la pechugona, la linterna multiusos, las participaciones de Navidad con el cartel de toros, y cada día del año olía a ese Madrid que no necesitaba calificativos, extravagancias o santificaciones más allá de las que pudiera impartir el cercano San Isidro o esa virgencita que, escondida en la balda entre trofeos, esculturas de las destilerías y homenajes del pueblo, parecía sacada de un cuentín de Guareschi.
El Onis cerró el 8 de noviembre de 2016, el mismo día que Donald Trump ganó las elecciones. Y a fecha de hoy, todavía creo que fue el destino el que hizo coincidir los días, para hacer ver que lo importante para unos es banal para otros. Que a esa ancianita que iba cada mañana con su hermana a por su cortado y su tostada perfecta, ese señor de pelo ridículo y gestos grandilocuentes le traía al pairo, porque no iba a conseguir que reabrieran su bar. Mi bar, el bar de Pablete, de José, de Olga, de Jorge... porque el Onis era de todos, y si pagábamos no era por la comida, sino por la terapia y la palabra amable y cómplice.
El Onis se cerró (recuerdo el día que Trump ganó porque coincide con ese día). Al poco, lo llevaban unos hipster gentrificadores, y despues se convirtió en algo que no logro identificar.
No he conseguido volver.
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