Tal binomio corre riesgo de desaparecer en el arte contemporaneo, bien por corrientes fatales como el apropiacionismo, bien por un hiperrealismo mal entendido (todo orfebre pone una gota de su alma en cada pieza), bien porque pretendidos creadores intentan justificar lo inane mediante pretendidos discursos subyacentes bien manidos, bien ridículos, bien inexistentes o, también, apropiados mediante frases que son ya mantras de los que huir. El fácil abuso y recurso a las grandes y eternas ideas de lucha de clases, destrucción del medioambiente, visibilizacion de colectivos discriminados, feminismo, contrapuntos o ruptura con el arte tradicional, colocadas arbitrariamente como etiquetas de precio sobre obras vacías, mediocres o directamente malas se ha convertido en costumbre susceptible de minusvalorar y destruir el arte contemporaneo.
En toda obra deben subyacer sendos discurso y emocionalidad, abstraccion hecha de la corriente figurativa, abstracta, realista, geométrica o brut a la que se suscriba. Pero nunca deben estos erigirse por encima de la obra de arte, porque entonces ésta cede y decae para ponerse no ya al servicio de la idea -como algunos pretenden vendernos para colocarnos la mola-, sino para devenir en otra disciplina que podrá valer, incluso legitimamente, como periodismo, denuncia política, filosofía o simple o llanamente provocación, sátira o salivazo.
Y como tal estará perfecto, pero su nombre no será Arte.
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