jueves, 17 de diciembre de 2020

Stalker, de Tarkovski

Stalker es, para el que suscribe, la obra cumbre de un Tarkovski que asentó los pilares de su cine en el magno Andrei Rublev y se dejó llevar por la dulzura de cadencias, planos y silencios en Solaris.

Para visionar a Tarkovski hay que aproximarse dispuesto a contemplar un espectáculo que cada espectador percibirá de un modo distinto, pues cada película requiere la colaboración aprehensiva de todo aquel que la ve, más allá de las actuaciones de unos profesionales del método Stanivslasky preoccidentalizado. El director no da todo digerido, no nos minusvalora convirtiendonos en meros testigos pasivos o estatuas anuladas durante cien minutos. Utiliza planos y cadencias de serena belleza que prolonga durante el tiempo que considera preciso para prender la chispa de la reflexión, tornando lo visualizado -y escuchado- en excusa y base para terminar nosotros la escena. 

Este concepto a la vez interactivo y dinámico de la obra cinematográfica alcanza su cenit en Stalker, el viaje de un escritor y un científico a un lugar donde la naturaleza habría retomado su elemental soberanía tras una catástrofe nuclear y que solo se deja encontrar si así lo desea la propia Zona, con la ayuda de unos guías llamados stalkers. A lo largo de más de dos horas, Tarkovsky construye un espacio audiovisual donde reflexionar sobre los conceptos de viaje, búsqueda y la necesidad de encontrar lo buscado merced a planos, secuencias, colores virados, contrastes, nieblas y, sobre todo, la omnipresencia del agua. En Stalker nada es baladí, gracias a los medios puestos a disposicion del director por la última Union Soviética que sería recordada como tal, en aplicacion de unos cánones, métodos y procesos productivos gracias a los cuales un rodaje podía durar comodamente años sin afectar a la supervivencia del equipo. De ahí las diversas atenciones a:
el uso del agua en el suelo,
el moderado pero mantenido suspense,
el foco cenital sobre las cabezas del protagonista de cada escena,
sendos cambios de color y sonido en el día despues,
la omnipresencia de la niebla como elemento de ensoñacion,
la Zona entendida como lugar idílico donde resurge la naturaleza elemental, primigenia y parcialmente mutada (por ello, sin olor),

El cine de Tarkovsky es como la pintura china clásica: un espectáculo interactivo que, por invitar ininterrumpidamente a pensar, provoca que cada espectador reconfigure la película de modo distinto en cada visionado que, así, difiere dinamicamente una y otra vez. Stalker es como su director, pura mística resignada y, por ello, la verdadera protagonista del film es la Zona misma -dotada de una cierta conciencia-, y los tres viajeros, tres guías, llamémosles o no Virgilio. Uno de ellos sabe; otro, cree que sabe y el tercero, se muestra escéptico. Por ello cada uno tiene una verdad y un último recurso -pistola, ampolla de veneno y vuelta al hogar- con que eventualmente enfrentar la desesperación en una Zona donde el agua está omnipresente por supervivencia, convirtiendo a sendos peregrinos y guía en las islas autónomas cuya existencia rechazaba Dunne en su esencial poema.

Bajo la sombra omnipresente del Puercoespín y su historia, el científico arma una bomba nuclear que luego desmonta pese al inicial respaldo de un escritor con miedo a que lo que realmente deseemos sea lo que desean nuestros instintos, y no nuestro espíritu, cada uno de los dos huyendo de su propia idea de mal. De tal modo, desconocemos si la bomba pretende destruir la esperanza o, tal vez, la posibilidad de ver lo que realmente deseamos y su oscuridad. Quizás el hermano del puercoespín muriera porque eso es lo que verdaderamente éste deseaba, y fue tal constatación lo que le llevó al suicidio.

En todo caso, lo que inequivocamente se adivina bajo el omnipresente agua -en este caso de la estancia erigida en destino final- son los tubos de uranio cuya explosion los técnicos de Chernobyl no pudieron en su día evitar y, así, el agua refresca, templa y evita la explosion del todo y de todos. Porque en el fondo, ¿no somos también nosotros sino tubos de uranio que solo la lluvia (la de Stalker, la de Blade Runner, la de Seven) consigue refrescar mediante el consuelo de lo vivo? 

Los dos peregrinos y el Stalker al final vuelven a esa posada punto de partida, tras lo cual el pretendido guía simplon vuelve a su propia estancia familiar. Una estancia que, en los últimos minutos de película se nos revela poblada de miles de libros, leídos todos por aquel a quien los otros consideraban parco de luces. Cuando la realidad es que el Stalker solo quería compartir la Iluminacion de quien repite su búsqueda vital una y otra vez, sabiendo que los verdaderos mutantes no son los que se quedaron en Chernobyl, sino los de fuera, virados al sepia en un mundo sin color más allá de su superficie confinada. Una y otra vez, 

ahora y siempre

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