domingo, 5 de julio de 2009

La India, de nuevo (I) Sikkim

Para llegar hasta Gangtok hay que tomar el avión hasta Bagdogra. Una vez allí, son 121 Kms que se suelen hacer en unas 4 horas (las del Tannhaüser). Nosotros tardamos seis, porque los corrimientos de tierras provocados por los monzones habían obstruido la "autovía" y tuvimos que desviarnos por Darjeeling. Uno de los mejores paisajes que he visto en mi vida, donde las plantaciones de té, los bambús de diámetros inimaginados, la niebla que sube y baja en un minuto y los caudales monstruosos se quedan, por siempre, en la retina
Gumpa (monasterio budista) de Enchei. Esta religión es la dominante en la zona y evidencia el control social de la población. Una maravilla presenciar la oración de las 9:00 y ser los únicos europeos en el monasterio. Costó llegar, releche, pero la experiencia valió la pena
Lago Tshangu, a más de 4.000 metros de altitud. Es, quizás, la última belleza impropiamente India previa a la frontera con China. Para llegar se precisa un salvoconducto tipo prerrevolucionario de los que creía que ya no existían. Me equivoqué, como tantas veces
Gangtok. La película "horizontes perdidos" se debió basar en esta ciudad donde no hay extranjeros y donde llegar ya es, en sí, el viaje de que hablaba Kavafis. Exenta de impuestos, aislada entre montañas y dudando de a quién pertenece, no hay comparación entre esta ciudad intocada y un Nepal que cada vez se parece más a Benidorm
Destacamento fronterizo de Nathula, línea fronteriza con China. Las autoridades indias, sabe Dios por qué, no permiten que los extranjeros se adentren en la zona, limitando el paso desde el lago Tshangu y sembrándolo de minas, como anuncian los carteles de los varios outposts.
Los niños de la frontera no son viejos. Tampoco han envejecido pronto. Simplemente, nunca tuvieron edad. Nacen con la misma expresión que tienen sus padres, sus abuelos, los ancestros de las fotos ajadas que se adivinan a través de las ventanas de sus casas. Tienen la expresión que debe tener la Historia. Y la Historia, como ellos, a veces sonríe, a veces contempla y, a veces, simplemente devuelve la mirada, ajena, para demostrar que está por encima de nosotros. Estos niños son libros que nacen ya escritos e impresos, pero que nunca serán leidos por nadie, porque nacen condenados a ser guardados, sin leer, en una zona tapiada de una librería olvidada de un puesto fronterizo del Himalaya. Y nosotros podremos volar miles de Kms., pero estos libros no los podremos leer. Puede que ni ellos puedan llegar a leer su propia historia, porque les cierren las tapas de golpe, antes incluso de que aprendan a leer cómo se llaman.

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