Tu corazón late
y, aunque no lo oigo,
siento su fuerza a través de las costuras de tu escudo.
Tu fuerza,
la fuerza de las amazonas olvidadas,
de las matriarcas en quienes todos confiaban
de las madres de todos
de quienes todo arreglaban
de quienes cuidaban de un mundo que las perfumaba con inciensos.
Y ni siquiera noté que te apagaras
un día
de tristeza
de impotencia
de olvido
de soledad absoluta e inabarcable.
Y ni siquiera puedo llorarte
por miedo a que no estés para consolarme:
ni desde aquí,
ni desde el cielo
ni desde tu propia memoria
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