miércoles, 20 de marzo de 2013

Ludovico Einaudi, Michael Nyman y la Penguin Cafe Orchestra


Me hacen mucha gracia los intentos de clasificar la musica con otros parametros que no sean los puramente historicos o geográficos: alternativa, atonal, folk, grunge, funk, "otras músicas"... Me carcajeo del enésimo intento de encerrar el aire, máxime cuando el aire que se intenta aprisionar ha pasado por el tamiz de un instrumento musical, saliendo convertido en belleza. Porque la belleza no se puede cautivar.

Al igual que solo hay dos tipos de vinos -los que gustan, y los que no-, solo hay dos tipos de musica: la que es buena, y el resto. Y, ante todo, una pauta de distinción: la buena música es aquella que llega al alma, la agarra y la retuerce, la exprime, provocando las lagrimas de quien presencia la belleza, o la resolución de quien despierta de un largo letargo y ve todo lo que le queda por hacer en una vida que ha de terminar. El rsto, no es música.

Gracias a Pawan y su honradez, logré ver ayer a Luigi Einaudi. Pienso, y creo que "ver" no es le mot juste; porque a Einaudi, como a Nyman o la Penguin, no se le ve: se le asiste, se le presencia cómo mete sus manos en el alma del piano y le arranca la formula de la melancolia, la resolucion, el despertar o la vuelta al seno materno. Y al gritar, pensar o llorar, ese piano nos agarra y nos enfrenta a una vida sin Prozac, coca o somníferos. Una vida en que no se es: se actua o se reacciona sin parar, al son de un piano que nos recuerda que no estamos solos en el Universo. Que como poco, está Dios.

Ayer, Einaudi no decepciono: repasó lo mejor de su repertorio y nos presentó a nuevos amigos.

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