lunes, 10 de marzo de 2014

la literatura alemana del siglo veinte. Opiniones de un payaso -de Böll y del payaso-

A los alemanes les encanta plasmar lo que piensan: que se sepa, vamos. Único problema, que cuando plasmas lo que piensas, la gente lo ve: lo que piensas, y también cómo piensas, los procesos de reflexión y plasmación. La literatura alemana del siglo XX es, ante todo, alemana: ahí dejaremos esa cuestión, pues nos arrastraría a la pugna entre el genio del ingenio meridional versus el ingenio del genio septentrional, y ahí no puedo caer. No ahora. Así que volvamos a lo nuestro.
Mann, Grass, Böll y tantos... ¿son literatos que hacen crónica de sus creaciones, o rigurosos cronistas líricos que tornan su imaginación en crónica? Leo la montaña mágica, el tambor de hojalata, las opiniones de un payaso y, cierto, se basan en personajes que no han existido estricto sensu, pero el corsé a que son ajustados se torna en una sucesión de reflexiones internas que son vertidas casi directamente al papel. El escritor alemán parece el juez de Montesquieu: una suerte de autómata condenado a transcribir cuasi-mecánicamente los pensamientos de su obra. Un Tyrell que pudiera leer cada reflexión de sus Nexus-VI, condenado a no hacer otra cosa que copiarlas so pena de perder el hilo de las mismas. Esa es la impresión que me da la literatura alemana del siglo XX. No es que sea o deje de ser un coñazo lineal, pues eso mismo se podría imputar a Proust y, por contra nadie lo hace. Tampoco es orfebrería o relojería de precisión aplicada al modo de usar la pluma. Ni manierismo. Es otra cosa derivada de la aplicación de los mecanismo del pensamientos científico-filosófico al proceso literario de creación. Un eterno norte contra sur que se libra en el norte de nortes sin que el sur acabe por desaparecer. Una pugna en que la espontaneidad se rebela contra mecanismos demasiado teóricos de creación... la crónica de una muerte anunciada pero imposible de consumar.
Leo las opiniones del payaso de Böll y, como tantos otros, recuerdo la sucesión risa-llanto del Pagliacci, la clamorosa fuerza de la pasión que no se entiende a ella misma, y lo comparo con la racional secuencia de estrictas reflexiones internas de Hans Schien sobre cómo dar el sablazo a sus colegas. Detecto -y admito- diamantes fácilmente detectables en el texto (v.g. "los momentos hay que dejarlos y no repetirlos jamás") y pienso en probabilidades, milagros termodinámicos, cierres y cadenas, como si me imaginara un gabinete sadomaso en pleno Marte...

Pero no es así

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