martes, 30 de septiembre de 2014

El hombre que se perdió dentro de sí

Érase una vez un hombre tan ensimismado que se perdió en sí mismo, y nunca volvió a aparecer.

No fue cuestión de un momento: ni siquiera de días o meses. Era una gota a cada poco, un alejamiento paulatino de la realidad que le circundaba. Una actividad incesante, consistente en extirpar con cada respiro alguna de las cosas que le rodeaban. Una vez era un semáforo; otra, el perro del vecino y otra, la conciencia de que existía un país llamado Birmania. Y así, poco a poco pero sin pausa, su entorno se quedó en blanco, un vacío en el que solo flotaba él.

Después, como ya no necesitaba de habilidades sociales, fue dejando de hablar, de gesticular: de mostrar sorpresa, enfado o agrado. Por la sencilla razón de que no había nadie con quien mostrarlos. y como tampoco había donde ir, a quien abrazar o hacia dónde mirar, se le fueron secando la sangre de los miembros, la saliva de la boca y el humor de los ojos, hasta que se quedó flotando fijo en un solo lugar: respirando, poquito mas.

De esto modo lo único que quedó un caparazón pensante, en una nada autoimpuesta y, por ello, más irremisible que aquella que a veces nos imponen. Y como solo se tenía a sí mismo, se dio cuenta de que él era alguien a quien tampoco podía tolerar: sus propios pensamientos parecían los de otro que, objetivado de él, le imprecaba lo que había hecho. Que si ya no podría ver mundo, reír con los demás, llorar con una película de las de antes, oler la hierba recién mojada o probar la tibieza del pan recién traído.

Así que, ni corto ni perezoso, se desembarazó de su propia conciencia, y dejó de ser.

Y cuando fue nada, se dio cuenta de que la nada en que se había integrado era eterna, inmensa.

- Llena de sí misma-.

Fue en ese preciso momento que se dio cuenta de la trampa.

Pero para entonces era demasiado tarde, y se hizo uno con el vacío que llena todo el universo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A través del espacio y de la distancia, da gusto leerte. CeCe.