martes, 7 de marzo de 2017

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad



Calificamos de personaje Conradiano a aquellos seres malditos, consumidos por tal tormento interno que con frecuencia les lleva a la autodestrucción a pesar del halo de un rol construido bien por asombro, bien por reverencia , carisma o el atractivo que la magna locura produce en los grupos humanos, a  imagen del Kurtz de "el corazón de las tinieblas" (heart of darkness) de Joseph Conrad, esa elegantísima narración corta que describe el viaje en busca del semidios a través de la fascinación de la abominación, la concepción de la fuerza en relación con la debilidad del contrario;  el olor del barro primigenio o la sublime naturaleza del halo psicótico. 

Tinieblas no es una buena traducción. Es oscuridad el fin del viaje, y seres como Kurtz nunca fueron juguetes en manos del Tiempo. Es el Tiempo mismo el que se pliega a su deseo para salvarles de la agonía y devolverles, desde la propia locura, a la segura y cómoda niñez o, cual es el caso, a los brazos del ser amado que fue, quizás, quien realmente les creó.

Porque al final, lo que se intuye de las últimas páginas, es que el corazón de la oscuridad no reside en las selvas de la locura, sino en los salones donde seres rechazados juran en secreto llegar hasta el fin del mundo para encontrar el marfil (o el oro, o el poder) que les reportará la aceptación última, la de aquellos pocos que, en su día, les despreciaron.

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