Todos tenemos fantasmas en un lugar, alejado pero no oculto, del corazón. Y estos fantasmas a veces se limitan a estar, a respirar dentro de nosotros, pero otras veces se revuelven, protestando por estar encerrados, y nos impiden seguir no vivos, pero sí viviendo. Y nos impiden darnos a otros, y nos impiden confiar, asustándonos con el recuerdo de lo que sufrimos en un pasado no muy lejano, un sufrimiento en cuyos dolores fueron paridos ellos. Y así, el miedo a volver a doler nos impide tomar decisiones que son nosotros mismos. y así va pasando la vida, sólo que la vida lo es sólo a medias. Y así dejamos de hacer cosas, de modo que el miedo a sufrir se va enquistando, y convirtiendo en apatía, en un sopor del que sólo despertamos para dormir definitivamente. Y así, la vida se pasa, como tantas otras, y nos convierte en pequeños seres humanos, agazapados en un lugar de semioscuridad, al lado de una ´luz mínima, sin poder ver las cosas con su propia luz, por miedo a que esa luz nos ciegue. Y así envejecemos, y así morimos. Y así se acaba todo, sólo que realment se acabó cuando decidimos que no volveríamos a sufrir. Y así, quienes nos hicieron sufrir nunca dejaron de habitar en nosotros, en la forma de fantasmas, en la forma de segadores, en la forma de lobos. Y sólo la valentía, la decisión, la audacia o el amor nos redimirán.
Decidiros, dejad las ataduras del miedo al dolor, y sed felices intentándolo otra vez.
(recordando protocolos, sellos de agua, Historia del Derecho y conversiones al Islam con tatuajes que sólo el fanatismo borra)
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