Hace ya un año, tuve que hacer un kit-kat sanitario con uno de mis mejores amigos: seguir a su lado, cumpliendo sus exigencias de intensidad en materia de apoyo emocional, hubiera supuesto acompañarle, no sólo por los caminos del Parque del Retiro, sino por las sendas oscuras de la depresión. En este momento, cuatro buenos amigos están con medicación, y los cuatro por lo mismo: por la imposibilidad de hacer frente a lo que saben que han de hacer, a lo inevitable. Y siguen luchando cada día, aunque saben que la lucha nació perdida y, en un ansia de racionalizar y normalizar lo que nació, espontanea e inevitablemente, con el germen de la autodestrucción, intentan lograr una solución imposible. Al final se metieron en la cama, se pusieron en posición fetal, se cubrieron hasta la cabeza con las sábanas y, sin saberlo (o sabiéndolo), empezaron a autodestruirse. Y ellas no estuvieron ahí, y sus amigos -y sus padres- no les bastamos. y se aferran a la creencia de que sus trabajos, su salud y todo lo bueno que lograron seguirá esperándoles, sin cambios, para cuando se vean capaces de volver al mundo normal, para cuando logren ascender desde el pozo donde están. Es mentira eso de que llega un momento en que no se puede caer más bajo: mientras hay vida, nunca hay una cumbre que no se pueda ascender, pero tampoco hay un fondo que tocar. Quim escribió este cuento para uno de ellos: creo que se nos puede aplicar a muchos, a casi todos, en un momento u otro de nuestras vidas. Gracias, Quim/Juan.
"La plateada motocicleta de Francisco atravesaba la meseta castellana como una bala disparada al corazón del hombre lobo. A principios de agosto, tanto la temperatura como la luminosidad resultaban muy desagradables para la conducción, pero el reencuentro con Carmen tras semanas de distanciamiento sin duda justificaba las molestias. Ella le esperaba en la habitación de un pequeño hotel del casco histórico de Segovia donde pernoctaría durante una semana. La preparación del traslado de unas obras de arte desde la ciudad del acueducto a Ourense – ciudad natal de Carmen, donde ahora ocupaba una plaza en el museo municipal – representaba la excusa perfecta para alejarse unos días de su novio formal y estar con su amante.
Durante los momentos de aquella semana en que ella no debía trabajar, Carmen y Francisco se entregaban el uno al otro con pasión arrebatada, como dos adolescentes que acaban de descubrir los placeres de la carne por primera vez. En contraste, cuando no estaban haciendo el amor, dormían, paseaban y disfrutaban de la oferta cultural y la gastronomía locales con total placidez, la misma que siente un experimentado viajante de comercio al recorrer las conocidas curvas de una carretera que separa dos etapas de su ruta habitual.
Desde que se conocieron un año y medio antes, su relación había pasado por tres etapas. Primero, mientras coincidieron en una empresa de servicios museísticos, fue el flechazo y el juramento de amor eterno. Al cabo de seis meses, cuando ella decidió aceptar el puesto en su ciudad natal, entraron en la fase de desgarramiento. Francisco estaba dispuesto a dejarlo todo atrás, pero Carmen no quiso prescindir de la comodidad que le aportaba el piso recién adquirido junto a su novio formal de los últimos cinco años y el cariño indefinido que éste le garantizaba. Finalmente, desde la pasada primavera y una vez consumado el distanciamiento geográfico, el amor entre Carmen y Francisco se manifestaba en una correspondencia constante y breves encuentros en los que, como en este último, las temperaturas del estío castellano competían en intensidad con el tórrido intercambio de caricias de los amantes.
El penúltimo día de estancia en Segovia, Carmen empezó a sentir remordimientos, no porque le estuviera poniendo los cuernos a su novio formal, sino porque se imaginaba la creciente pena de Francisco al acercarse la hora del nuevo adiós. Así se lo hizo saber a éste, igual que lo había hecho al final de las otras citas fugaces de los últimos meses. En aquellas ocasiones, él había confirmado a su amada que la congoja le invadía. Esta vez, sin embargo, su reacción fue diferente.
-- No te preocupes – dijo Francisco. Pronto volveremos a estar juntos, y experimentaremos nuevamente la felicidad de estos días.
-- Sí – asintió un tanto dubitativa Carmen – seguramente tienes razón. No podemos dejar que pase tanto tiempo como la última vez.
-- Quedémonos con el recuerdo, y disfrutemos del hecho que cada vez falta menos hasta volver a vernos – añadió él.
-- ¿Qué te pasa Francisco? Te noto extraño. En estas situaciones normalmente estás muy triste, igual que yo.
-- Es que he reflexionado y ahora prefiero tomármelo de otra manera. Desde que volviste a Galicia para trabajar en el museo caí en la depresión y sufrí un accidente de moto, debido a la somnolencia causada por los medicamentos que me recetó el psiquiatra. Por culpa de esto perdí mi empleo. Como también sabes, desde entonces me han abandonado mi mejor amigo y la mujer con la que había convivido durante diez años. Ambos me consideran un egoísta y un mentiroso compulsivo, y que si he perdido el equilibrio mental es debido a mi egocentrismo. Sencillamente, había caído en un pozo sin fondo y debía reaccionar. Ahora sé que si pretendo seguir amándote, debo tratar nuestra relación de otro modo, dosificándola. De lo contrario, dudo que sobreviva.
-- O sea – replicó airadamente Carmen – que ahora para ti nuestro amor es como una droga dura. Sólo me tomarás en cantidades limitadas y esporádicas, porque de lo contrario te engancharías y podrías sufrir una sobredosis.
-- De hecho – concluyó Francisco – nuestro amor es puro, y creo que, bajo mi nuevo enfoque, debería resultar inofensivo para la salud. La droga eres tú. Y yo, lo reconozco, soy adicto a ti. No quiero que renuncies a nada. Sigue con tu trabajo a setecientos kilómetros de distancia, sigue viviendo con tu novio formal. Sólo te pido que mantengamos el contacto y nos veamos de vez en cuando.
En la formación de los ecosistemas resulta determinante la manera en que se manifiestan en cada latitud los extremos propios del verano y del invierno, y el modo en que dichos extremos se complementan con las temperaturas y precipitaciones más moderadas del otoño y la primavera. Después de aquel encuentro Francisco y Carmen nunca más volvieron a verse. Él había identificado la causa de su falta de autoestima y los peligros que conllevaba para su salud, pretendiendo ejercer un grado razonable de control sobre ambas variables. Pero su propuesta de reordenación de extremos rompió el frágil equilibrio de su relación con Carmen. Para ella, que ya hacía tiempo que había interiorizado su propia indignidad, resultó inaceptable tener que renunciar al poder que ostentaba sobre la debilidad de su amante".
(para J.M.; F.L.; J.R; A.M. y los que todavía no lo afrontan, con cariño)
viernes, 28 de septiembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario