No hay cosa peor que empeñarse en ser un desgraciado. Hoy he vuelto a hablar, tras excesivo tiempo, con Ana, una amiga que estoy perdiendo, pero no por falta de cuidados, sino como consecuencia de que ella ha decidido comenzar a ir perdiéndose, poco a poco, sin prisa, pero también sin pausa. Al ser éste un lugar público, no comentaré todo lo que le ha pasado, pero sí diré que es mucho, y que es grave. Y en algún lugar del camino, y del tiempo, decidió pararse, dejar de andar y quedarse en el sitio en que está ahora, desgraciadamente creo que para siempre. Lo que le ha ocurrido a Ana nos pasa a todos, porque el tiempo pasa, y la gente a la que amamos no es eterna. La gente muere, nos deja, pero nos deja sólo en la medida en que queremos que nos deje. Y la pérdida nos hunde, pero podemos utilizarla para engrandecernos y darnos cuenta de que, realmente, la gente sigue ahí, y quizás la sentimos más ahora que nunca, porque antes, como les teníamos al lado, no pensábamos tanto en ellos. La gente existe porque les percibimos, y les percibimos sintiéndoles, y les sentimos queriéndoles. Y así, nadie pasa, porque siempre queda, en la medida que les recordamos, y no dejamos de quererles. No te quedes en el camino, porque si te paras y, en vez de mirar la belleza de lo que te rodea para coger impulso, te dejas caer, no te levantarás. Y no quiero ver cómo envejeces ahí, así, con todo lo que tienes que dar al mundo, con todos los cuadros que te quedan por pintar, y con todo lo que tengo que chincharte todavía.
Un beso, Ana.
P.S.- Coge de la mano a la Feli, pásate por Lauticia, y tómate unas gambitas de mi parte mientras que recordáis los buenos -o no tan buenos, qué más da- tiempos en que estábamos todos juntos. L.
lunes, 10 de septiembre de 2007
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