domingo, 16 de septiembre de 2007

A la recherche du temps perdu

Un día, de joven, cometí un error: me dejé llevar, y me condené a no dejar nunca de ser el mismo. Me encerraron, para siempre, por cercenar una vida que desconozco si hubiera sido mejor que la mía. Me encerraron entre cuatro paredes, y me condenaron a la sodomización, a ser humillado. Al miedo diario, a la mafia, a tener que formar parte de un submundo de estiletes, de bolis quemados para endurecer la punta y, así, poder meterla en la garganta de los enemigos. Me condenaron a perderme mi propia vida, de modo que, cuando me soltaron, ya era un viejo. Y me condenaron, otra vez, a salir a un mundo, a un tiempo, que no conocía. Y me condenaron a no ser aceptado nunca, de modo que volví a odiar, y a ser encerrado, una vez más, entre los míos. Y me di cuenta de que mi verdadero mundo era el de las paredes de la prisión que convirtieron en mi hogar. Si volviera a vivir… Si consiguiera volver a nacer, no haría lo que hice, pero intentaría nacer en otra familia, en otro barrio, en otro colegio, en otra ciudad, otro mundo, otro universo, otro tiempo, otra Historia donde los buenos siempre son felices si consiguen ser fieles a sí mismos. Paseo por las calles, en mi libertad provisional, y mis posibilidades son pocas o ninguna. Estoy harto de ayudar a aparcar coches, y mis noches se llenan de negrura. Y veo a los pijos con sus niñas guapas, y me planteo por qué yo no puedo aspirar a lo mismo. Y me planteo la posibilidad de conseguir lo que se me negó por la fuerza, por la navaja, por la violencia, por las lágrimas. Y vuelvo a oír, en mi mente, la canción triste que me guiará, me aconsejará. Me resolverá, y me salvará.

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