Con su último aliento, sonrió.
Estaba en el suelo, con la cabeza pegada contra el barro, y lo último que su cuerpo notó fue el cañón de la pistola contra su sién. Y simultáneamente pensó: -huele a rosas-, y simultaneamente la cabeza, a la vez que se le vaciaba de materia gris por causa del tiro de gracia, se le llenó de todos los recuerdos que valían la pena.
Sus hijos,
su mujer,
sus padres,
los abuelos,
el pueblo,
el sonido del amanecer, en el preciso momento en que los grillos dejan paso a los gallos
el olor de la tierra nada más llover
comer la fruta que acababa de recoger del árbol
bajar en bicicleta las cuestas que bajaban de las montañas
el manantial de la roca
los tebeos leídos tomando el zumo que su madre preparaba para que le bajara la fiebre que le postró, más de una vez, sin colegio
(sin matemáticas, sin ciencias, sin lengua: sólo con Superlopez)
El primer beso,
el último beso
las campanadas del monasterio al amanecer,
la sombra de las pirámides,
la triste esperanza de Calcuta,
la infinitud de la Gran Muralla
el olor de las comidas en la Jama Al Fnaa,
La sonrisa de Epcot a los 15 años, recién enamorado
La vez que llegó el primero a la meta en la carrera de la milla
Las charlas con su padre,
que repitió con sus hijos,
La mirada de quienes confiaron en él,
y le quisieron.
El sabor de los recuerdos,
el olor de la primera vez que entró en el hórreo,
el olor de su hijo recién nacido
la calidez de la piel de su esposa desnuda,
y el rostro de quienes murieron con la dignidad de haber vivido.
Y sonrió,
y ellos, aunque pensaron que habían ganado, perdieron.
Porque ellos eran los muertos, y él, al fin, había vencido.
martes, 19 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
suena autobiográfico, por lo que te conozoc.
Solo espero que el final no sea ese, amigo mío.
Bueno... prefiero ese final a morirme en la cama, entre estertores, gastado y demenciado: te aseguro, querido J., que no doy un duro por diez años más de vida si van a ser a costa de castrarme. Y al final, lo importante es tener una historia que contar pues, como diría Massillon en el pequeño Careme (que, dicen, Voltaire lo tenía siempre en su mesita de noche), "aquello que se inscribe sobre mármolse borra pronto; lo que se escribe sobre lso corazones, permanece para siempre". L
visto así, tienes razón.
Pero es que lo que yo te deseo son esos 10 años de más pero sin castración ni estertores, aunque la vida sea más apacible (las aventuras y lo que hayas inscrito sobre tu corazón puede haber sido antes... y esos años los puedes dedicar a contar tu historia)
Sea como sea, me ha gustado el relato (o como quieras llamarlo) y la estructura que le has dado. Un abrazo, J.
Publicar un comentario