sábado, 3 de junio de 2017

Perú


Perú es un lugar amable. De gente amable, que a veces piensa que el verdadero Dorado no era sino una fórmula que Pizarro se habría traido de vuelta al Bernabeu, en lugar de tanto oro. 
Un sitio de gente entusiasta de de la vida, que conserva algo que perdimos hace mucho: la curiosidad que se maravilla ante cada pequeño milagro diario.

En Perú, la comida sabe más, sin necesidad de ir a Astrid y Gaston. El caldo de gallina más sencillo, sorbido sin prisa en Abancay como parte del menú de cualquier casa de comidas, despierta cuerpo y alma.

Las mujeres policía reconvienen severamente, en esos uniformes maravillosos, a conductores capciosamente distraidos.

Las carreteras nunca acaban de terminar, siempre queda un kilometro más de glorioso paisaje, un último valle, un pequeño cementerio con 3 tumbas de espejos que recuerdan que el alma es lo que nos enfrenta cada día.

En Perú, el Inca pervive en el rostro arrugado de cada serrano, en el brillo del maiz negro, el frío seco de las carreteras que corren a cinco mil metros, el sincretismo de Vírgenes por siempre embarazadas -como la Pacha Mama-o la sal del chocolate. No hace falta subir al Macchu Piccu

Perú es mucho, quizás todo.

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