lunes, 26 de junio de 2017

pieles, de Eduardo Casanova




Si se aguanta el perturbador envite de los primeros 20 minutos, si nuestra moral logra superar la presentación de los personajes, la lectura final de esta película es bella, por contrapunto a la repugnancia que Casanova nos arroja de primeras a la cara.
Dudo si -dudo que- la crudeza de las situaciones obedezca al mero afán provocador o al fácil intento de depurar la sala de espectadores que no estén preparados para llegar al final de esta parábola de seres horrendos. Es mas bien el comienzo del proceso de decapado espiritual en que consiste esta película. Un velo de aberración y rechazo que, si se tiene la valentía de descorrer penetrando el alma y las circunstancias de cada freak de esta parada hasta el último minuto de la grabación, pone de manifiesto la belleza de la valentía, la resistencia, el afán de maternidad, el recuerdo y, sobre todo, el deseo de ser queridos, que nos hermana a todos. 

El mérito de esta película convertida en objeto de culto desde el mismo día de su estreno es que nos lleva de la mano en un viaje circular en que deformidad y belleza acaban confundiéndose, al hacer aflorar lo que la fealdad atesora para no morir, y a la vez desenterrar el abono de lo considerado bello. 

Ya lo hizo Bacon a su manera, ahora lo hace ese niño gay de Aida...

... que creció, y pintó de rosa todo lo que le rodeaba





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