jueves, 19 de junio de 2008

India (III). Agra, el Taj Mahal y las estaciones de tren

Ayer tocó Taj Mahal, fuerte rojo y Fatehpur Sikri (Agra). Siguiendo las indicaciones de Santa Lonely Planet, -guía que hay que llevar bajo el brazo en todos momento, para que los demás pseudohippies te reconozcan como afín-, tomé el Tren Taj Express de las 7:15 a.m. -reservad el día antes con asiento fijo o morid-, llegué (como pude) a las 10:20 e intenté tomar un bus que te hace un maravilloso pero agotador tour diario por el Taj, el fuerte rojo y Fatehpur. Problemilla: eramos demasiados pocos (sólo 3) para que les rentara fletar el bus, y hubimos de deglutir ajo y agua. Con lo que opté por la opción dos: fui a la "prepaid autorickshaw station" y contraté un autorickshaw para un tour de ocho horas. Precio fijo oficial -todo incluido- de tour de ocho horas en autorickshaw: 300 rupias, id est, 5 euros. Así, las cuentas salen. Y directo al Taj Mahal. Tras 5 días de ver sufrimiento y caos, cuando llegué a los jardines del Taj y vi una de las maravillas del mundo, me sentí en cierto modo en sitio conocido, en uno de esos puertos refugio donde puedes esperar que la tormenta amaine y, logicamente, me vino el bajoncete emocional. Fue uno de esos que te pillan de repente aprovechando que, siquiera momentaneamente, has bajado los escudos deflectores, e hice lo que cualquier persona con BER (Bajon Emocional Repentino) haría en tal situación: llantina que te crió. Y había que verme, con mi camisa de lino, mis pantalones cargo multibolsillos, las chanclas pseudoguays, la lonely en la mano y las gafapasta empañadas por la humedad y el calor, con unos lagrimones king size que parecía recién salido de ver Pretty woman por undécima vez. En fin, que no se puede ser continuamente el iberican pseudohippy macho, señores.
Verdaderamente, para estar en la India, y mantenerse íntegro en ella, hay que combinar realidad con ficción, intentando un equilibrio entre lugares bellos y aquello que de verdad nos dejará huella. El Taj Mahal viene bien, una vez que llevas unos días en la India, para reencontrarte con lo bello, lo armónico -"the white", que diría Roland de Gilead-. Y recargadas pilas, vuelta a la calle, a la gente, a su verdadera manera de vivir, ajena a todo el follón turístico.
Estuve todo el día en Agra y parte de la noche entre estaciones de tren, pues el Taj Express de las 18:55 se retrasó y no partimos hasta las 21:00. Y tres horas en la estación de tren de Agra valen la pena. Es otro Taj Mahal, pero de mármol negro, roto y sucio. En India, además de los niños de la calle, están los niños de las estaciones. Van en grupos, se protegen, dirigidos por uno de ellos, y entre ellos hay la solidaridad que no reina en los mayores.Uno consigue comida y la reparte. Otro, dinero, compra comida y la reparten. Aquí, compartir no es vivir: es sobrevivir.Me pregunto cuántos de estos niños llegarán a adolescentes (no ya a mayores: a esta pregunta tengo la respuesta más que clara), pues todavía no se distinguen en sus cuerpos las huellas de la miseria. Son demasiado niños como para que el tiempo haya podido evidenciar fisicamente su presente y su futuro, y probablemente acaben sus días sin otro indidicio de miseria que la delgadez extrema, la suciedad y las caras de viejecitos jóvenes.
Llegué a Delhi a medianoche. Y pude ver cómo es la estación de tren de Delhi una noche cualquiera: un campo de refugiados. Y cuando estás entre tanta gente durmiendo, y te ves el único europeo que está un mes de junio entre esa multitud, no sientes miedo, pero te das cuenta de lo cerca que estás de la pobreza, pues te basta con agacharte para tocarla. Y ves lo fácil que podría ser unirte a esa marea humana: bastaría con perder la cartera, perder los papeles y los nervios, y dejarte engullir. Así de fácil. Y eso, lo notas. Y aunque tu racionalidad intenta hacer su papel, el subconsciente está yendo a cien, y te obliga a pensar lo fácil, lo sencillo, lo rápido y quizás definitivo que podría ser cualquier acontecimiento aquí. Al fin, volví a casa y caí rendido de puro agotamiento. Son diez días, pero las experiencias y que estpy presenciando van a prolongarse mucho más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde luego, luiggi, por lo que cuentas y transmites, van a prolongarse. Para bien, seguro. Te leo. un beso. Martaté.