jueves, 27 de agosto de 2009

El Malecón

La Habana es bella. El Malecón, por sí, no. Al Malecón le prestan su belleza el mar, la puesta de sol, los habaneros que bajan de Coppelia poco a poco, dosificados, y los niños cuando se asoman, tumbados, para intentar pescar cangrejos. El Malecón es un organismo vivo, hecho de muchos seres y adornado con puestos de perritos calientes y cerveza bucanero, por donde se pasean todos a la puesta de sol para convivir, ver la vida pasar y soñar despiertos, a la luz que se va apagando. El Malecón tiene un lado que da al mar y otro, igual de importante, que da a la cadencia de los viejos Plymouth, cuidados con mimo por conductores que son mecánicos, torneros, maquetistas y guías. Y detrás de la cadencia de los motores están las fachadas: mil fachadas, con mil soportales y otras tantas mezclas de pintura, salitre, dignidad y entropía alineada en torno al último bastión de las ideas.
El Malecón es único ahora. No será único mañana.

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