miércoles, 9 de septiembre de 2009

El Señor Chinarro

Hay veces en que el mundo te da un descanso, aprovecha para sonreirte, y te recuerda que la vida no es más que un largo juego de Tetris, en que lo suyo es esforzarse para que cada pieza caiga en su sitio y puede, sólo puede, que lo del Game Over no sea más que una historia de mayores. Ayer, descansando emocionalmente de cierto revesillo en el Penthouse del Melía de Santa Ana con Pablete, asidos ambos a nuestro Habana 7 con Coca Cola (sólo uno, que conste, pero el lugar y la vista lo demandaban), distraídas vista, espíritu y desasosiego con el Skyline -peazo vistazo- de la ciudad que no duerme. Ahí, entre el marasmo de pseudopijos Quiero-y-no-puedo-ni-se, hijos de opulentos mejicanos, pijas de arroz pasado en busca de su última oportunidad e hijos de constructores apurando la última VISA... Ahí, sentadito él con las únicas dos señoras distinguidas de toda la azotea (distinguidas por señoras, señoras por distinguidas) estaba, en carne y hueso, el Señor Chinarro. Sí, ese pobre calvito al que le caían todos los tartazos de los payasos de la tele, el buen malo de la historieta del medio que todos ansiabamos ver; el paciente impaciente que se liaba, a veces, a buenos tiros al aire con las pistolas de fulminantes Redondo. Y estaba ahí, a mi lado, tras más de tres décadas: y era él. Y jopé, pocas veces me he sentido tan consciente del tiempo y de la probable eternidad que ayer, en que volví a ser Luisín, y recordé que ese señor que estaba ahora a mi lado había estado hace más de tres décadas conmigo, con José y el abuelo, desde dentro de la televisión de blanco y negro de casa, cuando después de los deberes nos tumbábamos en el suelo a esperar la historieta de los payasos. El señor Chinarro conoció, desde la tele, al abuelo, nos pudo ver a los tres, y ayer estuvo conmigo.
En los últimos veces he visto en vivo a Bruce, Madonna, algún que otro poderoso ... pero, desde luego, no eran el señor Chinarro con el que crecí. Y ayer, estuvo conmigo. Y no había muerto, sino que seguía conmigo, como hace treinta años, con lo que puede, sólo puede, que eso de que las cosas pasan, de que todo pasa, de que la gente nos deja, no sea tan cierto como parece. Ayer mi vida, por un momento, se hizo circular y se dobló, y esos círculos doblados son el signo de la eternidad.

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