Se cuenta todavía que en el culmen de la civilización árabe, el sultanato de Bagdad contaba con autómatas que recreaban casi a la perfección a los seres humanos. Así lo recordó Gaiman en el Sandman #50, con el increible lápiz de P. Craig Russell. En el Quito del XVII, mucho antes de la interesante época republicana de la pintura ecuatoriana, se atrevieron a tallar yacentes con corazones pendulares cuyo movimiento se podía admirar a través de las costillas sangrantes y desnudas de Nuestro Señor. Oswaldo Guayasamín, además de ser uno de los mejores artistas que ha dado América, a la altura de los tres muralistas (Siqueiros, Rivera y Orozco), reunió una de las mejores colecciones privadas de arte colonial del mundo, desafiando las estrictas pautas museográficas de exposición de las obras y distribuyendo tal tesoro siguiendo sus particulares criterios estéticos. Y así, hallamos bosques de manos junto a vírgenes desnudadas de sus vestidos para centrar la atención en la dulce fragilidad de sus rostros; Cristos yacentes con mecanismos pendulares como corazón, al lado de ángeles en calzas con gestos, posturas y expresiones cuando menos valientes; posibles Murillos al lado de maravillas de pan de plata. Y entre tal marasmo, forzadamente racional por indiscutiblemente bello, encontramos solo tres ejemplos de la Escuela Cusqueña: Un Cristo de los Temblores, que nos da la bienvenida; un arcangel y una Virgen con niño andino, quizás las tres temáticas más típicas de la escuela pictórica peruana. La escuela quiteña avanza en el sincretismo artístico cusqueño y le dota de pasión, de vida y de audacia creativa. Por eso creo que Guayasamín deslizó estos tres excepxionales cuadros en una colección que, cuanto más la veo, más me gusta. Si se pasan por la Fundación Guayasamín, tómense 5 (o 50) minutos para hablar con la encargada de la colección clonial: verán que siempre se puede aprender algo, cuando el docente es bueno.
PS.- Solo he visto algo parecido al pequeño yacente de corazón palpitante de ayer: el del Monasterio de las Descalzas, pero éste, lo que albergaba, era un espacio para las Formas. pero fue la pequeña joya de ayer la que me emocionó. Ni siquiera me atreví a fotografiarla a hurtadillas, con lo que en cuanto encuentre una imagen a la altura, la cuelgo, pues vale la pena.
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