martes, 29 de mayo de 2007
de amor y de quienes nos quieren cambiar
Un día me enamoré -o eso, al menos, creí-. Un día me pidieron que dejara de ser yo, que cambiara y que fuera uno nuevo: ni mejor ni peor, sino distinto. Y así, cambié de ropas, de coche, de costumbres, lugares y amigos, en favor de distintas ropas, coche, costumbre y unos seres que se hacían llamar amigos entre sí, pero que se limitaban a interactuar. Un buen -porque bueno fue- día, uno de mis antiguos amigos, de esos que, por mucho que les rechaces, siguen ahí, me dijo que yo había dejado de ser yo. Y volví al nuevo piso, en la mejor zona, y me miré al espejo, donde vi a alguien que ni yo conocía, ni me conocía él a mí. Y fui a mi flamante novia, y le pregunté si ahora me quería más, ahora que había cambiado, que había sido abducido y transformado. Y ella me miró, y me contestó que, ahora que había logrado cambiarme, ahora que me poseía, debería ocupar el lugar que merecía en la repisa noble de casa, donde podrían verme sus compañeros de trabajo, sus conocidos y todo aquel a quien ella quería demostrar algo. Y me imaginé en la repisa, expuesto, sin moverme y casi sin respirar, y algo de esa imagen no me gustó. Y recordé los viajes a Asturias con mi gente, y las escapadas a hoteles cutre de Paris con 100 euros por toda fortuna, y la libertad para plantarme en casa de quienes me quieren y disfrutar de una peli, un abrazo o una simple y sencilla conversación sobre cualquier banalidad; y recordé el bar de los hermanos, con sus tapas de oreja, la morcilla de Burgos y el Vermú de grifo, y los domingos de Rastro, y la tranquilidad de sentirte protegido por tu gente, y la ciega confianza en que cuando haces el gilipollas, uno de tus amigos de verdad te lo va a decir. Y recordé qué bien sientan los vaqueros de segunda mano moldeados por un culo mejor que el mío, y las camisetas de Baseball, y las pulseras que venden en el Delic; y el Bonanno, y el Berlín, y el chino de Legazpi... Y me fui. Y cuando me di la vuelta, con miedo a todo lo que tendría que recuperar, estaban todos allí. Y uno de ellos, cualquiera, me dijo: "el que se fue fuiste tú, y en cuanto te diste la vuelta, te seguimos para devolverte a casa, que somos todos". y me recogieron, y volvimos a casa, al hogar, que es aquello que nunca debe cambiar, y que nos devuelve el reflejo de lo que nunca debemos dejar de ser.
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1 comentario:
Nada es permanentemente blanco o negro. La armonía, y la felicidad, se encuentra en la capacidad de hallar el punto justo de gris. El cumplimiento de los contratos no es sólo pacta sunt servanda, debemos tener en cuenta el rebus sic stantibus.
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