La última bomba atómica no será peligrosa
no nos esconderemos debajo de las mesas: saldremos al último día del sol
y, mirando el cielo, intentaremos descubrir la armonía de los últimos sonidos.
Nosotros, desnudos,
respirando
destruimos universos que ni siquiera conocíamos,
y las lágrimas no nos sirven para nada más que ver con más claridad
la desrucción que causamos.
No necesitamos
-no queremos-
paz.
Sólo no sentir
no sufrir
no doler
no mirar
no llorar
no oír.
Silencio, de noche y en el día que no acaba
una noche completa
en que
ya
nada se puede oir
porque nada queda
salvo
¿... algo...?
¿... lejos...?
¿...música...?
¿El sonido de un viejo album de fotos al cerrarse por última vez?
La electricidad estática y los rasguños del tiempo de un disco de pizarra de Gardel
que
sólo
era el único adorno de la casa que se derrumbó
sepultando
voces
recuerdos
cuadernos con notas ya borradas
camisas con el sudor de quienes ya no sudan
relicarios vacíos
lastas de ungüentos que una vez curaon
espejos ciegos
crucifijos de pasta de marfil
un trozo de menhir olvidado en el vale de Paredes
la cuerda de una guitarra, quemada por los extremos
una llave sefardí
la bandera raída conquistada al caído de una guerra
la cruz de caballero de Marseille
el cuadernillo que saint-Exupery llevó a su último vuelo
un vial de lágrimas de unicornio tras asomarse al mundo real
la primera botella de Coca cola
la convocatoria de plazas para el Gaff.
Una voz suave de mujer atrapada en una gramola diminuta
cantando una nana para mayores
-que la necesitan mucho más que los niños-.
Una carta de ajuste desajustada,
un laud.
Perlas hechas con lágrimas,
engarzadas en el collar del Señor de la suave monotonía,
del dulce olvido,
de la buscada y temporal ceguera del ojo, pero claridad de alma:
porque sólo en la oscuridad podemos ver la luz que no se ve,
oir la respiración,
la cadencia de los latidos,
la voz dulce, secreta e inamovible
de quienes sabíamos que no podían irse.
Capturar el último átomo vivo de aquel recuerdo que,
olvidado hasta hoy,
pequeño,
nos devuelve a la infancia.
Busco,
aspiro,
intuyo,
casi agarro lo que siempre se me escapa
y sólo en la madrugada,
en silencio,
consciente de que nadie hay y nadie está
pierdo una vez más lo que quizás nunca pueda alcanzar,
y la tristeza es mucho peor,
porque me habla del miedo de nunca ver,
nunca descansar,
nunca finalizar lo que ya solo quiero que empiece.
y lloro
y ansío
y rezo
y quiero
pero no quiero.
Y ese dolor
que duele tanto que no duele
lentamente
se apaga
como una canción triste
que canta un niño debajo de una mesa
esperando que el temblor pase,
que la bomba caiga
que ya nada pase
que quien le está soñando, despierte.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
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1 comentario:
Evidentemente: "porque sólo en la oscuridad podemos ver la luz que no se ve".
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