lunes, 19 de septiembre de 2011
El mar del antes, del durante y del después
El mar no es infinito, sino Eterno
Hecho de tiempo -no de olas-
de un tiempo cuyo fin no puede vislumbrarse, solo temerse,
(porque el día que el mar termine, ya no quedará nada).
El mar no es cruel, ni bondadoso:
es justo y, a veces, se ha de plegar al capricho de la única fuerza que le es superior:
la del peso de los universos, el peso de la luna a que adoraban los cazadores, los Moche, las sacerdotisas.
El mar no canta, ni susurra: ruge, o calla.
Las orillas del mar son tiempos olvidados a los que no se puede volver, una vez visitados. Eternamente cambiantes, ni esperan ni perdonan.
Testigos cruelmente imparciales de la sangre que se virtió en sus orillas,
de la lava que cristalizó en sus fondos,
de la lenta podredumbre de sus ahogados
de las canciones de las sirenas de Ulises
de los tesoros que, dormidos, ya no esperan a nadie
de la ira de los piratas
la desazón de los perdidos
la esperanza de quienes lo cruzaron buscando un futuro mejor
el sónar de los submarinos y el canto de las ballenas
la caza,
la luz de los peces abisales
la oscuridad de los pozos sin fondo
los otros mundos que laten al otro lado de sus fosas
las ciudades hundidas
las casas habitadas de corales
los restos de las focas que matamos
el ámbar gris
el semen de las ballenas
el semen de cada ahorcado de un palo mayor
el báculo de Moisés
los libros de Alejandría
la cámara de ámbar de San Petersburgo
los códigos de la Atlántida
el fuego griego
el aceite de piedra fenicio
las balas de los cañones españoles
los vestidos raídos de las damas que arrojaron a los tiburones
los juguetes de las niñas del Titanic
El oro de los dictadores
El mar no se venga, pero tampoco perdona:
no puede.
Y por eso, algún día, volveremos al mar del que salimos,
pero,
ese día,
no será en millones de años de evolución, sino en un suspiro,
el último
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