miércoles, 3 de febrero de 2010
Joaquín y su Royal Enfield
Joaquín y yo nos conocimos en 1941, cuando la India todavía era colonia británica, la guerra no acababa de decidirse y aún era posible encontrar lugares en que buscar, si no el olvido, sí el desapego necesario para pasar libremente desapercibido. Joaquín era hijo de una familia de la nobleza santanderina que tuvo que emigrar a raíz del alzamiento del 36 casi con lo puesto: su padre les despertó la madrugada del 18 de julio porque amigos de Melilla le habían informado. Bajaron directamente hasta Casablanca, de ahí a Londres (donde recogieron lo que pudieron de la sucursal de cierto banco suizo) y de Londres, a Delhi, donde echaron sus raíces. Ya en esos tiempos, como buen hijo de industrial burgués del norte, se debatía entre el sempiterno amor a Albión y la admiración por el milagro alemán, desconociendo, por entonces, la verdadera cara del monstruo que llegaría a anegar Europa en sangre. Y así, en las veladas del Country club de Delhi, con su chaqueta inglesa de paño, su pipa y sus ademanes de Boer adulterado, repartía pronósticos sobre el fin y la guerra: que si Churchill, que si la propaganda alemana... Nunca olvidaré esa temporada en que recorrimos juntos la India, en nuestras Royal Enfield, visitando amigos británicos, detectando conspiradores que luchaban por trocear la gran Dama del Imperio y, como Phileas Fogg, intentando salvara a damiselas y viudas indistintamente de diversos destinos crueles. Tras la independencia se marchó de la India, me consta que estuvo un tiempo de estraperlista en los trópicos y que luego se casó con una dama de la aristocracia americana. Lo último que se de él me vino a través de una fotografía de las revueltas parisinas del 68, en que, como siempre, salía al lado de Daniel el Rojo y, como siempre, se reía de su destino y de la vida, en este caso mofándose de la gendarmerie. Espero que le vaya bien y, en su memoria, adjunto una vieja foto que rescaté del baul de los recuerdos.
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