
Porque el mensaje de la cinta blanca, prolongado durante 140 minutos, es que difícilmente hay solución para la crueldad cuando ésta se ha ejercitado durante tantas generaciones que ha devenido un rasgo genético, del mismo modo que las automáticas, irremisibles y negras consecuencias de la misma. Y que esta crueldad se contagia, no sólo entre los individuos, sino que, trascendiendo, puede llegar a imprimir a los distintos colectivos y plantar su estigma en toda una nación, hasta el punto de hacerla construir campos crematorios donde había que tener el cesped en perfecto estado estético. La cinta blanca muestra -no explica: lo deja al juicio de cada espectador- el germen de la peor decadencia, la que no pudre el alma, sino que lo arranca de cuajo dejándonos vivos para sobrevivir destruyendo, y las consecuencias que se pueden extraer con la sola contemplación de los cachorros de las bestias que, indefectiblemente, no pueden hacer otra cosa que vivir la vida que el entorno ha marcado, una vida que nunca fue libre. Y así, se puede compaginar el rostro más inocente con el ejercicio de una crueldad que, por estar en todos lados, no es percibida como tal por quienes la inflingen, que la ven como, y la ejercen, del mismo modo que se respira: naturalmente. En la Alemania de principios del XX se torturaba a los niños. Hoy, se prende fuego a los mendigos con la misma sonrisa alegre, con el mismo candor, inocencia e ignorante crueldad: la película no sólo se llama "la cinta blanca". debajo, en caracteres de alemán antiguo reza "Eine deutsche Kindergeschichte", es decir, un cuento de niños alemán; y cada palabra no es en modo alguno baladí. Y sí, hay que preguntarse qué nos ocurre y cómo ponerle coto, porque la otra opción es aceptar que somos animales rabiosos con el poder de la inteligencia. Y yo, al menos, sigo creyendo.
L.
PS.- Otra película similar, muy, muy buena y que pasó sin pena ni gloria fue "En el valle de Elah". Si les gusta la cinta blanca, vean la actualización a la fecha actual
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