martes, 23 de febrero de 2010

La cinta blanca, de Michael Haneke (un cuento infantil alemán)

A excitación del señor ISY, amigo cuya sensibilidad aprecio, abordé anoche la tarea de ver "la cinta blanca", Palma de Oro de Cannes y, con seguridad, perdedora en los Oscars por las razones que se deducirán. Buenos planos -imperceptiblemente variados, como debe ser-, mejor tratamiento de la luz y el blanco y negro, y la típica cadencia que en los primeros 20 minutos hacía presagiar que me iba a tragar un tostón pseudobergmaniano de la leche, lo que motivó el preceptivo SMS-reproche al mentado amigo: fresas salvajes sólo hay una. Pero según iba avanzando la peli, las cosas no eran lo que parecían, y poco a poco, bajo el sustrato de limpia y elegante sordidez que sólo los alemanes saben imprimir a sus dramas, se iba intuyendo que la verdadera película estaba desarrollándose en el subsuelo de la pantalla, donde no se puede ver, pero se escucha, intuye y huele. Y el olor de lo que subyacía era a algo estructuralmente corrupto, a una decadencia moral y crueldad sólo par a la de los verdugos, a una podredumbre que viene directamente del árbol, y no de los frutos. A un pesimismo de época, continente y era que transmitía ese pequeño gran miedo que sólo imprimían los augures romanos cuando abrían las palomas y veían que los Idus de Marzo se prolongarían, inevitablemente, hasta el saco de Roma y las violaciones sistemáticas serbias.

Porque el mensaje de la cinta blanca, prolongado durante 140 minutos, es que difícilmente hay solución para la crueldad cuando ésta se ha ejercitado durante tantas generaciones que ha devenido un rasgo genético, del mismo modo que las automáticas, irremisibles y negras consecuencias de la misma. Y que esta crueldad se contagia, no sólo entre los individuos, sino que, trascendiendo, puede llegar a imprimir a los distintos colectivos y plantar su estigma en toda una nación, hasta el punto de hacerla construir campos crematorios donde había que tener el cesped en perfecto estado estético. La cinta blanca muestra -no explica: lo deja al juicio de cada espectador- el germen de la peor decadencia, la que no pudre el alma, sino que lo arranca de cuajo dejándonos vivos para sobrevivir destruyendo, y las consecuencias que se pueden extraer con la sola contemplación de los cachorros de las bestias que, indefectiblemente, no pueden hacer otra cosa que vivir la vida que el entorno ha marcado, una vida que nunca fue libre. Y así, se puede compaginar el rostro más inocente con el ejercicio de una crueldad que, por estar en todos lados, no es percibida como tal por quienes la inflingen, que la ven como, y la ejercen, del mismo modo que se respira: naturalmente. En la Alemania de principios del XX se torturaba a los niños. Hoy, se prende fuego a los mendigos con la misma sonrisa alegre, con el mismo candor, inocencia e ignorante crueldad: la película no sólo se llama "la cinta blanca". debajo, en caracteres de alemán antiguo reza "Eine deutsche Kindergeschichte", es decir, un cuento de niños alemán; y cada palabra no es en modo alguno baladí. Y sí, hay que preguntarse qué nos ocurre y cómo ponerle coto, porque la otra opción es aceptar que somos animales rabiosos con el poder de la inteligencia. Y yo, al menos, sigo creyendo.

L.

PS.- Otra película similar, muy, muy buena y que pasó sin pena ni gloria fue "En el valle de Elah". Si les gusta la cinta blanca, vean la actualización a la fecha actual

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