Fue la última de muchas la que acabó con su vida. La encontraron con la cabeza encima de otras cuatro rayas preparadas, de modo que, cuando la levantaron, quedaron estampadas en el rostro, como el zarpazo de una bestia blanca e impredecible. La coca fue el último amigo con que habló, sobre el que respiró antes de que, de un certero zarpazo en los pulmones, le arrancara sangre de dentro de su cuerpo, que cayó a la mesa convirtiendo la cocaína en un polvo rosa que ojalá hubiera sido el que tomábamos de pequeños, o el que llena los relojes de arena, o el azúcar de fantasía de los cócteles, o la preparación para el algodón de azúcar. La mató una bestia que había vivido con ella y le había, según ella, ayudado a sobrellevar el divorcio, el despido, la soledad. Pero como toda mala bestia, como toda bestia que no es que enloquezca, sino que siempre estuvo loca de maldad, se volvió contra ella cuando más la necesitaba, matándola. No hay maldad que se haga buena, del mismo modo que el alacrán picó a la tortuga mientras cruzaban el río. Es la naturaleza de la bestia, y lo peor es que la creamos nosotros, y la divinizamos nosotros, pensando que no podríamos ser tan competentes sin ella; que no podríamos ser rápidos, encantadores, abiertos, extrovertidos, amantes. Y entonces, pasamos a depender de su aliento, de su compañía que se hace omnipresente, momento en que nos exige que la alimentemos. Y la bestia sólo se alimenta de una cosa: de salud, de sangre y de vida que va poco a poco chupando. Y así, a medida que sigue a nuestro lado va exigiendo su alimento, que sólo puede tomar de nosotros. Y así, a medida que crece, vamos perdiendo la salud, la cordura, la sanidad, el equilibrio, hasta el momento en que ya no podemos alimentarla más: hasta el momento en que, no recibiendo ya su alimento, se venga, matándonos del zarpazo que quedó estampado en su rostro, del zarpazo que no es sino el que quedó estampado en su corazón.
(Luis Fernández Antelo. Adelanto del libro "Guardia en el Juzgado")
lunes, 4 de junio de 2007
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