sábado, 9 de junio de 2007

Orange Crush. REM



Voy a la guerra con la determinación de quien sabe que va a morir y no le importa. Sé que me engañan: a mí y a todos los que marchamos, con determinación y bajo las arengas de aquellos que no tomarán parte en la batalla. Vamos a la batalla henchidos de cerveza, de vino, de alucinógenos que comimos por hambre en las márgenes de los caminos. Vamos ebrios de venganza frente a aquellos que desconocemos, pero que sabemos iguales que nosotros. Marchamos ebrios de sangre, de gloria; intoxicados del humo de la gran máquina de guerra que llevamos detrás, del ritmo endiablado de las gaitas que nos siguen, empujándonos a la muerte. Y miro a mi alrededor, y no somos sino niños, porque no quedan mayores que matar, no quedan mayores que morir, porque todos están muertos. Y oímos las máquinas de guerra del enemigo, y olemos su sudor, y su adrenalina, y su odio, tan irracional como el nuestro. Y nos orinamos, todos y cada uno, porque sabemos que vamos a nuestra muerte. Y vemos sus máquinas de guerra, y las muecas de sus cascos, y nos damos cuenta de que son tan´niños como nosotros, y de que sus rostros lo que reflejan no son muecas de odio, sino el mismo miedo que sentimos nosotros: miedo a morir, miedo a ser los últimos habitantes del mundo, miedo a extinguirnos, a que no haya, que no habrá, ningún nacido después de hoy. Oímos las órdenes de ataque. Aquí acaba, y no quedará nadie para recordarnos, y no quedará nadie para llorarnos.
(Luis Fernández Antelo. Los tambores)

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