domingo, 29 de julio de 2007

4.000 metros de altura, 2.200 de caída libre y 1.800 de puro placer en tandem. Extreme skydiving at Lillo







Siete vueltas de campana sin capota. Amenaza de fusilamiento. Dos oposiciones. Buceo nocturno a cuarenta metros de profundidad con el foco fundido. ¿Nada?. Al fin, mi primo Carlos nos convenció. Y no sólo al que suscribe, sino también a Martaté y Atanes ,quienes partimos en el Fiat Regata de Fernando hacia Lillo, cual ovejas al matadero; allí, tras el pertinente desembolso y el minicursillo de rigor por parte del instructor que saltaría con nosotros, llegó la hora crítica, en que hubimos de subir a la avioneta, recíprocamente animados por las gónadas de los otros compañeros. He de manifiestar que una avioneta no sube a 4.000 metros en dos segundos, cual atracción de Parques Reunidos, no: una avioneta tarda QUINCE ANGUSTIOSOS MINUTOS en llegar a la altura perfecta para el salto tandem, minutos durante los cuales uno, simultaneamente -¿quién dijo que el cerebro humano no piensa en concurrente?- se acuerda de la madre de su primo en relación con el oficio más viejo del mundo, pondera la gilipollez humana en general y la suya en particular, refresca sus convicciones teológicas y se intenta convencer de que estamparse desde 4.000 metros ni duele, por lo rápido, ni deja rastro. Y mientras el que suscribe ponderaba éstas y similares reflexiones, agradeciendo el haber pasado por el excusado minutos antes, el graciosillo de turno verifica que hemos llegado a 4.000, el avión reduce y se abre la portezuela. Ahí, el aliento se para: la vista es exactamente como la que uno ve desde cualquier avión de línea, sólo que con la puerta abierta y sabiendo que, por ahí, por ese minúsculo agujero, vas a bajar. Y comienza el baile. El instructor se coloca con Marta delante de él, y desaparecen; Pablo -campeón del mundo de salto acrobático: qué garantía- se sienta en el quicio con Atanes, y desaparecen, dejan de estar. Y el siguiente soy yo. Es en estos momentos cuando el subconsciente toma las riendas, quieras o no, y uno se queda a la expectativa o bien del ataque de pánico, o de la anestésica resignación o el Standby consciente. A Dios gracias, al mío le dió por la opción c), y me dejé hacer, siendo el mudo y consciente espectador de lo que estaban haciendo conmigo. Y me colocaron también en el borde del avión, sentado, abierto al abismo de tierra cuya redondez se comienza a vislumbrar ya desde esta altura. Y llegó el empujón, el suave movimiento que nos colocó... en el aire. Dos segundos de estómago raro, y estábamos ahí; no cayendo, ni precipitándonos: de repente, estábamos en otro medio, no hostil, no agresivo, no malo: simplemente, estábamos donde no habíamos estado. Y todo un suelo que era todo el Planeta, estaba abajo, ahí abajo, no atrayéndonos, sino observándonos con un ojo gigante que era toda Él. Y de repente fui consciente de lo pequeño que era, de cómo se debe sentir una mota de polvo flotando en el Universo, y fui consciente de que tampoco importa lo pequeños que realmente somos, cuando formamos parte del todo que es la Tierra y, por tres minutos, el cielo nos hace uno con todo el espacio. No me importa volver a ser polvo, o cenizas, porque volveré a volar, a flotar, y nunca a caer. Cuando caes, la tierra no te reclama; te observa, curiosa, y te permite que vislumbres lo que no ves desde el cómodo suelo: su grandeza. Y no te reclama, ni castiga, porque sólo desde el cielo, desnudo, cayendo, te das cuenta de lo pequeño que eres, de lo grandiosa que es ella, y del milagro de ser ambos uno. Y por eso, la Tierra, si te apercibes, al fin, de tu pequeñez, se da cuenta de lo que acabas de aprender, y te permite que flotes, aunque caigas; y hace que su viento sople hacia tí, para que tus brazos, y tu rostro, se den cuenta del poder del mundo y, así, te sonríe con lagos que devienen laguitos, con montes que devienen ojos, y no te queda más remedio que sonreir también, porque todo está bien, todo ha valido la pena. Y en un momento dado, te paras, y pasas de horizontal a vertical, y el aire te enseña su silencio, y te enseña tu Paz. Y te pones cómodo, te arreglas las cinchas para ver mejor, y estás sólo, tú y un paisaje que desconocías que podía ser tan bello, en el silencio del cielo. Y miras hacia ariba, y ves la lona que te acaba de salvar la vida, y también la sonríes. Y el instructor te deja que lleves el paracaídas. Y metes las manos en las cinchas, y las mueves, y el gran ingenio, el buen Leviatán que te ha salvado, se deja hacer, y te responde. Y das vueltas, y giras a uno y otro lado, e intentas retener, para siempre, las mil perspectivas que estás viendo. Y sigues, y bajas, hasta que empiezas a identificar los verdes, los prados, la pista de aterrizaje, los que te esperan. Y devuelves el control a quien tienes detrás, quine culmina el viaje con un aterrizaje suave, dulce, y rotundo en su exactitud. Y vuelves a estar en la tierra, y miras hacia arriba, y te preguntas si de verdad estuviste ahí. Y empiezas a contar los minutos para volver a hacerlo. En los meses venideros, haré el curso, por repetir una experiencia única, una experiencia buena, una experiencia grande. Gracias, primo.

8 comentarios:

Faerie dijo...

Como con Carlos Y Martaté, al leer tu entrada se me ha vuelto a cortar la respiración, me han empezado a sudar y doler las palmas de la manos y de los pies, se me ha cerrado el estómago y se me ha secado la boca... una vez más... me vais a terminar por convencer...

demagophobe dijo...

Ya estás tardando, faerie: siempre que queras, tu seguro servidor se sacrificará reclutando una nueva novicia para la secta. Un besazo y buenas noches, niña nuestra.

Anónimo dijo...

Se detiene el mundo ¿verdad? Es cierto la tierra te observa...como dices... Yo también quiero agradecer a Carlos, tu primo, el habernos llevado a hacer algo que tres días antes ni siquiera hubiese imaginado. Y también a Fernando, por dejarnos, a los no motorizados, un vehículo para acercarnos al abismo.
martaté.

Quim dijo...

Visto de esa manera parece la clase de experiencia que, por interés general, debería ser obligatoria para poder ejercer de diputado, senador, alto cargo o ministro. Ya puestos, que los magistrados también tengan que dar el salto, ¿no te parece?

demagophobe dijo...

Los magistrados deben tener los pies en la tierra, querido Juan, salvo honrosas y pintorescas excepciones que si toman la decisión de saltar, es para tener una visión más completa y a la vez sencilla del mundo que les ha tocado juzgar, un mundo que nunca fue blanco ni negro, sino del rico color de los verdes y los terrosos. Un abrazo.

Faerie dijo...

Mamma mia, qué fotos...

SusanaMorenaEsePeaso... dijo...

vaya chulada!!! La proxima vez que pase por MadriZ me tiro yo tambien :)
Besitos

demagophobe dijo...

Pero bueno... si es la querida Susana: un placer volverte a tener aquí, pues parece que nos tienes olvidados, cosa que duele. Te tomo -te tomamos, supongo- la palabra, pues, de verdad, es una experiencia única. No tendrás otra igual, or lo extremos y por cómo vas a ver el mundo a partir de entonces. Un besazo y recuerdos a los que nunca ganan el Tour, por mucho que varíen itinerarios y pretendan acusar a nuestros ciclistas de doping...