miércoles, 11 de julio de 2007
Hannah Arendt o la necesidad de buscar una (la) razón de (en) la barbarie
Hay gente que, tras la barbarie, busca la venganza; otra, el olvido; otros, las culpas y otros, muy pocos, buscan aprender, extraer conclusiones, para que no vuelva a pasar: Ana Arendt fue una de esas pocas personas de la última categoría. Dedicó su vida a reflexionar sobre lo sucedido y sobre los actores: sobre las víctimas que luego fueron verdugos, y sobre los verdugos que devinieron no víctimas, pero sí gestores de culpas y responsabilidades. Usó la curiosidad, la razón y un racionalismo humanista para extraer conclusiones y comunicar estados de ánimo y, sobre todo, cronológicos, de modo que, desde la perspectiva que da el tiempo, las generaciones futuras, integradas en un presente que deviene pasado cada vez que se reflexiona sobre él, pudieran pensar y no juzgar, evitar para no corregir, pensar para no destruir, innovar para no caer en la autosatisfacción e intolerancia de la molicie física y mental. En su libro “Eichmann en Jerusalén" (24 de julio de 1963, carta a Gershom Scholem), en Una revisión de la historia judía y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 2005, decía que “El mal no es nunca `radical´, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un `desafío al pensamiento´, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la `banalidad´. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”. Desde ese punto de vista el mal es salvaje simplemente porque es tonto, conclusión que entronca con las de E.M. Forster en su ensayo “what I believe”, subidas en mi post de 31 de mayo, donde decía que “la fuerza sale, antes o después, para destruirnos, a nosotros y todas las cosas bellas que alguna vez se han creado. Pero no sigue fuera todo el tiempo, por la afortunada razón de que los fuertes, son tontos”. La maldad es oligofrénica y, sobre todo, envidiosa, la maldad nace del desencanto y la decepción. La cúpula mayor Nazi era una corte de los Milagros digan de los sueños de Todd Browning, donde sifilíticos, neuróticos, fracasados y limitados casi destrozan el mundo en un simple ansía de revancha; el círculo interno de Stalin estaba plagado de pequeños cortesanos ambiciosos de poder, que no fueron capaces siquiera de saber cómo había que tratar al monarca de la Dacha y las nietas en las rodillas, y así se podría seguir hablando. Ana Arendt intentó sacar conclusiones. Acabo de pedir a la biblioteca ”la condición humana” para releerla desde la perspectiva de los acontecimientos de los últimos años, y creo que podré, siquiera, darme cuenta de que la historia, sin nosotros, no innova. Por favor, leedla.
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