domingo, 15 de julio de 2007
¿Por qué nos atrae indefectiblemente lo que nos hace daño?
A veces parece que los hados se conjugan para hacer coincidir las mismas desgracias en un grupo de amigos, familiares, vecinos... lo que me hace pensar en lo gregarios que somos y en la posibilidad de que la fortuna y la desgracia sean también contagiosas, como cualquier otra enfermedad. Cada vez que tenemos -o está en nuestras manos conseguir- algo bueno, algo bello, algo que vale la pena, una parte corrupta de nuestro interior se revela contra la propia posibilidad de que la felicidad pueda efectivamente instalarse en nuestras vidas y, por acción u omisión nos lleva, o nos impide, que lo bueno, al fin, pase. Creo firmemente que todo ser humano tiene instaurado de serie un mecanismo de autodestrucción que, si no se gestiona debidamente, se pone en marcha en un momento determinado -normalmente tras una desgracia- y acaba conviertiéndonos en alcohólicos, cocainómanos, ludópatas, cleptómanos, amantes del peligro físico, inversores temerarios en Bolsa, trabajoalcohólicos o, cual es el caso que nos ocupa, nostálgicos del sufrimiento. Y así, preferimos sufrir, o vernos incapaces para, o indignos de, o nos da por endiosar a otras personas que casi acaban con nosotros, Y así, destrozamos, casi antes de nacer, aquello que pudo ser el amor de nuestra vida. Y todo por miedo a ser felices. Existe un miedo a la felicidad, una suerte de temor a que, al fin, todo pueda salir bien; un estado de ánimo producto de una época en que tenemos que tenerlo todo, y los parámetro de ese todo los sienta una sociedad decadente, depravada, egoista y envidiosa. Y en vez de buscar quien nos haga felices, pasamos a ansiar trofeos; en vez de aspirar a un compañero de viaje para toda una vida de pan y cebolla, nos enganchamos a un cuerpo bonito, un cabello teñido y una personalidad problemática que probablemente se vaya de casa en dos años y arruine nuestras vidas. Pero no importa: a los ojos de los demás, se ha conseguido el objeto de admiración de deseo. Y cambiamos lo que de verdad queremos por lo que creemos que ansían los demás, en arar de un reconocimiento falso que, de existir, se convertirá en envidia disfrazada de mofa, y nos damos cuenta de la magnitud de nuestra equivocación sólo cuando ya no podemos arreglar las cosas. El amor atormentado no es más que ego con graves riesgos para la salud. Las mujeres -o los hombres- no deben ser fáciles o difíciles, interesantes o sosas, vedadas o en mercado. Hay que buscar otros parámetros y, sobre todo, convencernos de que sólo los que hacen referencia al cariño, la integridad, la entereza, la constancia, el realismo, la existencia de proyectos conjuntos y la lealtad son los que valen. Desde aquí, pido a quien lo sepa que nos diga a todos los gilipollas que lo ignoramos, la fórmula mágica, la piedra filosofal. Se agradecerá en cualquier tipo de especie.
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2 comentarios:
Queridos Fernando y (Demagophobe):
En lo párrafos que siguen podréis leer mi particular visión del amor de pareja, y de lo que -- en mi molesta opinión -- hace falta para que el mismo se materialice en una experiencia plenamente satisfactoria. Como amigos míos que sois, me gusta veros felices y, seamos francos, en el tema de las féminas, últimamente no os va muy bien. Mi intención no es pontificar ni sentar cátedra. Primero, porque se trata de una simple punto de vista y, como tal, absolutamente subjetivo y maleable. Segundo, porque vosotros tenéis (deberíais tener) vuestra propia visión sobre la cuestión. Tercero, porque el amor de pareja y, concretamente, el modo en que yo lo concibo, es sólo una de las múltiples posibilidades de interacción afectuosa con las mujeres que resulte, además de placentera, enriquecedora a largo plazo. Solamente aspiro a que lo que viene a continuación os haga reflexionar. Si además aprendéis algo que os permita sentiros mejor en vuestra(s) relación(es) con el otro sexo (mal llamado débil), ¡bingo!
Si dejas o traicionas a tu pareja cuando otra mujer más atractiva (o con más dinero, o más ocurrente, o intelectualmente más afín, o lo que sea) se cruza en tu camino, entonces lo que buscas no es amor (de pareja, digo; hay amor de otros tipos). El verdadero amor no requiere ninguna de las anteriores cualidades, aunque puede surgir a partir de la atracción inicial que dichas cualidades generen. Yo quiero que una amiga sea ocurrente, quiero que una amante sea atractiva, quiero que una clienta o una socia sea rica. Por supuesto, la pareja es una amiga, una amante y, a veces, una proveedora, socia o empleada. Pero la pareja es mucho más que todo eso: el hecho diferencial de la pareja (de la persona amada) es que *tú la amas*, y ella te ama a ti.
¿Qué significa todo esto? Pues que el amor, por definición, consiste en devoción por el otro y en sacrificarse por él, no en el interés propio. Que quede claro que en general no creo que se puedan definir estas cosas de manera inalterable, por los siglos de los siglos amén, sin con ello resultar arbitrario. Pero lo que ahora trato de describir no es tanto una función del leguaje sino un rasgo propio e innato de la naturaleza humana. Así que si vuestra primera reacción a la definición que hago del amor ha sido de rechazo, por favor, dadme una oportunidad para que me explique mejor.
A menudo se dice que el amor es *trascendente*. ¿Por qué creéis que es así? El amor, si ha de ser trascendente, debe trascender (valga la redundancia) el mero deseo personal. Esto es lo le confiere al amor todo su poder.
Dicho de otro modo y en síntesis, la esencia del amor es el auto sacrificio.
¡Qué idea tan conservadora y poco atractiva! ¿Qué podría convencer a alguien para que sacrificara sus propias necesidades por las de otra persona? Nada. Es ilógico, irracional, ¿verdad? No tan deprisa. Cuando encontramos a la destinataria adecuada de nuestro afecto, esta clase de amor es capaz de elevarnos por encima de nuestro limitado interés propio. Y hay algo en ello que resulta enriquecedor, me parece, de una manera que el "amor" egoísta no puede serlo. Se puede vivir para los demás de un modo que jamás podremos vivir si es sólo pensando en nosotros mismos.
Cualquier economista, psicólogo, o biólogo os dirá que los seres humanos estamos básicamente programados para ser egoístas. Esa es la norma por defecto. Pero muy a menudo la consecuencia es, inexplicablemente, un estado de vacío interior. Se supone que somos egoístas, pero a la vez no podemos estar totalmente desconectados de los demás. Ya sabéis, lo de que un hombre no es una isla ...
Todo esto nos sitúa frente a dos opciones. En primer lugar, lo que he bautizado como el "modelo pijo" ( pijo como sinónimo de frívolo o superficial en términos generales, no necesariamente asociado con ninguna tendencia o estética concreta). Esta opción consiste en alcanzar con tu pareja un acuerdo de mutuo egoísmo. Yo estoy contigo -- dirán los miembros de este tipo de pareja -- mientras me hagas feliz y satisfagas mis necesidades. Y a cambio yo trataré de que tú estés feliz y tus necesidades cubiertas. Si dejas de hacerme feliz y/o no satisfaces mis necesidades, lo dejamos estar. Agur yogur y que nos quiten lo bailao.
El modelo pijo, ¿no es cierto que suena más a pacto de conveniencia que a relación verdadera? Y tampoco parece demasiado enriquecedor. En el otro extremo, disponemos de la segunda opción -- llamémosla "romántica" --, por la cual personalmente me decanto y en la que el amor es concebido como auto sacrificio.
La clave del segundo modelo: si yo te tengo más en consideración a ti que a mi mismo, entonces tus necesidades se verán satisfechas. Y si tú me tienes más en consideración a mí que a ti misma, entonces mis necesidades se verán satisfechas. Además, ambos nos beneficiaremos de los efectos positivos del altruismo, y de saber que nuestras vidas tienen un fin más elevado que la simple contribución al placer egoísta del otro.
Evidentemente, la fórmula del éxito requiere la pareja adecuada, pero aún no hemos llegado a este punto.
"Vale", me parece oíros objetar, "pero uno no puede ser desprendido todo el rato". Tenéis razón, vale. Lo que estoy formulando es una definición teórica del amor: en la práctica, y como seres humanos, somos imperfectos, y nos equivocaremos de vez en cuando. Eso es normal, *no pasa nada*. De hecho, se puede aprender de los errores cometidos, para que no se vuelvan a producir y, además, para alcanzar un conocimiento mejor de las necesidades de ella, y ella de ti.
Otro error recurrente consiste en clasificar el amor como un sentimiento. No lo es, no puede ser sólo eso. Puedes, por supuesto, sentir amor (o sentir que te aman, o sentir que otros aman a otros). Pero el amor es mucho más: el amor es una decisión, una elección, que consiste en poner los intereses de otro por delante de los tuyos. No importa el grado de emotividad que haya contribuido a la toma de la decisión, puesto que el amor no se *reduce a* la emoción sentida.
Hacer que el amor sea básicamente una elección, y no un mero sentimiento, hace que la responsabilidad revierta en ti. Adoptar una actitud contemplativa, esperando a que ese "Amor Verdadero" (o "La Madre de Mis Hijos") te encuentre a ti, no funciona. Cuando aceptas el hecho de que tal persona no existe, y que el amor consiste básicamente en un acto de fe, una aceptación absoluta del otro sin motivo que la justifique, solamente entonces puedes elegir cuándo, y bajo qué circunstancias, y hasta qué punto, estás dispuesto a comprometerte. Solamente a partir de ese momento estás preparado para encontrar a tu verdadera amada.
Y comienza la búsqueda.
Apreciado Juan:
Y digo apreciado porque intuyo, tras leer tu carta, que debes de ser una persona digna de todo aprecio y cariño, por los que te rodean e, incluso secretamente, por los que ni siquiera hemos tenido la suerte de conocerte. Creo que Fernando y Demagophobe deben de sentirse realmente afortunados de poder contar contigo.
Pero permíteme, por favor, mostrarte mi humilde opinión acerca de tu particular y hermosa visión del amor, partiendo de la base de que éste, en sí mismo, no admite cuerdas reflexiones, como diría Rubén Darío.
En tu carta, describes dos conceptos de relación: el modelo pijo "yo te quiero, si tú me quieres" y el romántico "me mato para que tú seas feliz y de ese modo te matarás tú para que yo lo sea". No hace falta ser un lumbreras para darse cuenta, así, a simple vista, que la segunda opción es un sueño perfecto. Pero seamos sinceros, es imposible llevarlo a la práctica, por esa misma imperfección del ser humano de la que hablas más abajo. Es como el concepto del pecado. Sería una pasada para el mundo que todos fueramos perfectamente capaces de no caer en él, ya no por agradar a Dios (que sería lo que menos importancia tuviera) sino con el objetivo de lograr una buena convivencia entre los cinco mil millones de locos que habitamos este planeta... "no matarás", "no robarás"... y no todos matamos o robamos, pero sí que andamos pisándole las flores al vecino o dificultándole la existencia, sin que muchas veces podamos evitarlo, porque está en nuestra naturaleza. Y con el amor pasa lo mismo. No podemos amar como tú planteas porque no somos super-santos, alguno habrá, desde luego, pero que haya dos y se conozcan y se unan en pareja, ya es mucha suerte. Somos egoistas y ruines. Y yo me mato por ti, pero no bajes la guardia, porque cómo te relajes, como simplemente te dejes querer, me acabaré cansando... Esa es la verdad natural. Lo demás es artificial, es una representación, una puesta en escena...
Efectivamente, la grandeza del amor reside en lo que eres capaz de llegar a hacer por alguien, en la entrega, en el sacrificio... pero con retorno. Si la entrega y el sacrificio no retorna, no hay nada que hacer. La pregunta sería entonces ¿cuánto tiempo es capaz una persona de amar a otra desinteresadamente, sin esperar a cambio, ni un beso, ni una caricia, ni un gesto?... ¿un año?... ¿dos?... Eso lo soporta una madre. Ese es el amor de una madre. Si le sale un hijo díscolo, le perdonará una y otra, y las que hagan falta, e incluso por él llegará a justificar lo injustificable, porque en ellas, el amor es absoluto. A día de hoy, los únicos dispositivos de entrega y sacrificio desinteresados lo llevan implantados las madres (y no todas, que hay cada una por ahí...)
Pero está bien que ambas partes de la pareja se lo planteen de esa manera, o se lo propongan, pero sin dejar de ser conscientes de que no pasarán ni cinco minutos sin que a uno de los dos le lata el corazón más fuerte que al otro. Como el cristiano que sale del confesionario, limpio y puro, diciéndose a sí mismo que no volverá a pecar y pasa por delante del mendigo que pide a la puerta de la iglesia y ni siquiera le mira. Somos así. A veces no nos damos ni cuenta.
¿Y por qué no plantear un tercer modelo de relación más simple y sencillo que sí que contemple la caducidad sin que suponga un trauma? Conocemos a alguien, vemos sus virtudes, sus defectos, analizamos si somos capaces de convivir con ellos en vez de intentar cambiar a nadie, o si hay que cambiar a alguien nos intentamos cambiar a nosotros mismos (a ver si podemos), aceptamos nuestra imperfección, la suya y la de nuestra relación, aceptamos desde el primer día, que durará eso, un día, y que en función de lo que nos lo "curremos" habrá posibilidad de un día más o no. Un tercer modelo que no contemple la posibilidad de un futuro, sino que va dejando que llegue, que las cosas sucedan. A veces parecemos demasiado preocupados en envejecer al lado de alguien y no parece interesarnos lo más mínimo en qué condiciones vamos a hacerlo. Probablemente esté tercer modelo sea menos romántico que el tuyo, pero creo que es emocionalmente más intenso, aunque sólo sea por el stress que conlleva saber que se acaba tu historia de amor si no haces nada para evitarlo.
Es sólo mi opinión. Espero que a estas alturas, Fernando y Demagophobe no la necesiten para nada y que ya estén ellos mismos en posesión de la verdad, si es que hay una...
De todos modos, felicidades por sentir de ese modo tan bonito.
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